Alfredo Álvarez, jubilado de una
firma de grúas, colocó en 1970 la figura en el Campo Valdés y se encargó de
instalarla luego en la ubicación actual
J M REQUENA
No hay en la Villa de Jovellanos muchas personas que puedan decir, orgullosas, que formaron parte de primera mano de alguno de los momentos históricos más importantes de la ciudad. Alfredo Álvarez Palacio es uno de ellos. Entre sus manos se forjaron dos momentos únicos e irrepetibles. Fueron sus dedos los que colocaron en sus respectivos pedestales a dos de las estatuas más reconocidas de Gijón, el Cesar Augusto, situado en el Campo Valdés y, sobre todo, La Madre del Emigrante, de Muriedas. Es un orgullo, son coas que te quedan para siempre, explica ahora, medio siglo más tarde.Poco podía pensar Álvarez cuando
comenzó a trabajar como operador de grúa, con apenas 15 años quede él iba a
depender la colocación de dos de los emblemas gijoneses. Fue el 2 de septiembre
de hace medio siglo, en 1970. Y vinieron juntos. En aquel camión que partió de
la fundación madrileña Codina Hermanos, “La Lloca” viajó junto al emperador romano
Cesar Augusto, casi de la mano. Ambos fueron colocados a la vez en el mismo
lugar, el Campo Valdés, y por la misma persona; Alfredo Álvarez.
“Llegaron las dos estatuas en un
camión al Campo Valdés, y allí las cogimos en un camión grúa que teníamos en la
empresa”, por entonces denominada Grúas Garaje Asturias, rememora. De la madre
del emigrante recuerda su tamaño y, sobre todo, que venía muy bien embalada,
con cajas de madera y bien forrada para que no sufriera ningún desperfecto
durante el viaje por carretera desde la capital.
Las descargamos y las colocamos sobre
los pedestales, primero una y después la otra”, explica con la seguridad de
quien ha realizado en innumerables ocasiones la misma acción, casi sin darse ningún
tipo de importancia. “Nosotros éramos gruistas profesionales, e igual que podíamos
hacer eso, podíamos hacer otra cosa”, asegura con profesionalidad aséptica, “estamos
acostumbrados a mover cosas”. Precisamente por ello, en el momento de llevar a cabo
la operación, fruto de la concentración y el nerviosismo, “no le das el valor
ni el monetario ni sentimental que tiene”, sino que únicamente “te focalizas en
que todo salga bien, que no surja ningún inconveniente”.
En suma, Álvarez recuerda que “se hizo en poco tiempo, con cuidado y cariño para
no romper nada, para que no se rompiera ni se llevara ningún golpe”, pero
remarcando que, acostumbrados a ello, la de entonces “no fue una acción muy
complicada, sino un trabajo normal y corriente para nosotros”. Como un cirujano
que opera a corazón abierto por tercera vez en lo que va de semana.
Sin embargo, por casualidad o
destino, aquella noche de septiembre no fue su último encuentro con “La Lloca”.
Años más tarde, sus caminos se volvieron a cruzar, en esta ocasión para su
traslado desde su primera ubicación en el Campo Valdés a la actual, en el
parque del Rinconin. Entonces, los medios eran más precarios que la primera vez
que se vieron las caras, pero con cuidado fue lo mismo, o incluso superior. “La
envolvimos bien con cartones y mantas para evitar que se rompiera nada porque
ya no teníamos el embalaje original”, describe medio siglo después Álvarez, “lo
hicimos con mucho mimo”, añade.
La maniobra fue igualmente más
compleja, ya que “tuvimos que cogerla y tumbarla en el camión, antes de llevarla hasta el Rinconin”. Fruto de ese trato, casi personal, con la escultura
nació el cariño. “Es una estatua que está muy bien, habla del emigrante que
marchó y volvió, o aquellos que no volvieron”, incide. “Es emocionante sobre
todo para emigrantes que van y vuelven, es un recuerdo que siempre guardan, más
incluso que los que somos de aquí y nunca marchamos”, reflexiona.
¿Por qué fueron ellos los elegidos
para tantas acciones de tamaña importancia para la ciudad? Álvarez, nuevamente,
se quita importancia “en Gijón, durante años, las únicas grúas que había eran
las nuestras”, explica el gruista, que enfatiza que tenían “muchos modelos, de
más grandes a más pequeñas, y la grúa camión que fue la que usamos”.
La presencia de Álvarez en
acontecimientos importantes de la ciudad no finalizó entonces. Durante “muchos
años”, y hasta su jubilación hace trece, fue él el encargado de disfrazar la
estatua de Pelayo, en la plaza del marqués durante el Antroxu. “Lo hice primero
con la empresa y luego por mi cuenta”, recuerda Álvarez, que aun visualiza a las
charangas danzando y tocando a su alrededor mientras se encargaba de subir la
cesta para mascarar al rey astur.
“Fue una suerte poder ser
protagonista de algunos de los momentos más importantes de la historia de la ciudad”,
zanja ahora Palacio, medio siglo después de aquellos momentos, con la mirada
perdida en la imponente estatua del Rinconin, “son cosas típicas de nuestro
Gijón”. Y formando parte de ellas siempre estuvo él, Alfredo Álvarez Palacio “Fredin”
Fuente: LA NUEVA ESPAÑA