12 noviembre 2021

En zonas escolares, máxima precaución

La pasada semana un trágico suceso conmocionó a la opinión pública: la muerte de una niña de cinco años

María, como consecuencia de un atropello múltiple a las puertas de un colegio madrileño y en el que otras dos niñas, de 10 y 12 años, fueron también arrolladas y heridas de cierta gravedad, requiriendo ser trasladadas a los hospitales de La Paz y Niño Jesús, respectivamente, pero manteniéndose en todo momento estables y por fortuna sin correr riesgo su vida.

Se ha dado ahora la emotiva circunstancia de que los padres de María, quien era la menor de seis hermanos, dentro del enorme dolor que han experimentado en lo más profundo de sus corazones, imposible siquiera de imaginar para quien no haya pasado por un trance semejante, si ya en el lugar del fatal accidente la madre de la fallecida, con entereza fuera de común, trataba de consolar a la autora del atropello, completamente destrozada por su absurdo pero irreparable despiste (errar a la hora de introducir la marcha adecuada), han querido expresar a través de una carta a los medios de nuevo su apoyo a esta mujer, golpeada para el resto de sus días por un maldito fallo, exculpándola de cualquier responsabilidad. No obstante, veremos que acaban dictaminando los informes periciales, a pesar de esta ejemplar conducta que estos padres han puesto de manifiesto, influenciada por una más que evidente fe en Dios y en la resignada aceptación de esos renglones a veces demasiado torcidos, como para ser entendidos y admitidos por personas como es mi caso.

Ante reveses de la vida como el descrito, y como padre de dos niñas de ocho y cinco años, sólo puedo pedir desde estas líneas máxima precaución en las zonas escolares, tanto por parte de quienes llegan a buscar a sus hijos en sus vehículos particulares como para quienes se vuelven a casa con sus pequeños de la mano.

Cualquiera que coincida a las puertas de uno de los colegios de nuestra villa marinera en el horario de entrada o salida de sus alumnos, habrá caído en la cuenta del monumental follón que se forma en todos ellos, con niños y coches compartiendo un espacio que en ocasiones, por su estrechez y por el estrés que éste genera, hace que se puedan producir tragedias como la de la dulce María.

Mucho ha cambiado nuestro modo de vida, pues hace no tanto, la mayoría de los colegiales llegábamos a las aulas de la mano de nuestros padres los más pequeños, y en grupos los más mayores, repitiéndose la misma escena a la finalización de las lecciones. Ahora prácticamente se busca aparcar a la puerta misma del patio.

Y en último apunte: recuerde usted si por ejemplo llega tarde con su hijo o a buscarle a la salida, que en las zonas escolares existen unos máximos de velocidad permitida, aunque en realidad, debería ser el propio sentido común el que hiciera inútil fijarlos. Se evitarían desgracias.

Fuente: LA NUEVA ESPAÑA