07 mayo 2013

Pepe el de la camioneta, 1947



José Álvarez Pidal (Pepe)
Quintes, ocho de la mañana. Un sábado del mes de setiembre, allá por el año 1947, varias personas ataviadas con ropas que destacan de las de uso diario, forman un pequeño grupo en La Carbayera. A su lado, en el suelo, cestos espuertas y sacos atados.
Esperan, charlan en voz alta de sus cosas y de pronto un ruido característico, por todos conocido, se percibe por los allí presentes.
Aparece traqueteante por la carretera de Barrio del Medio, un vehículo de gran tamaño, en parte autobús y en parte furgón, ya que está acondicionado para transporte de viajeros y carga de mercancías.
Es la camioneta de Pepe que en su parte delantera lleva un gran rotulo que dice así: “Autos Pidal – Quintes – Gijón”.
Es lo que aquellas personas esperaban. La camioneta se detiene con chirriante ruido de frenos. Por el tapón del radiador sale un hilillo de vapor de agua.
Elisa García
Al propietario y conductor del vehículo se le conoce como  “Pepe el de la camioneta”. Es de mediana estatura, pelo negro y rizado, viste pantalón azul de mahón y va en mangas de camisa, siempre sonriente, se baja de su vehículo, saluda a los presentes y con agilidad trepa por una escalerilla exterior a lo alto de la camioneta. Desde allí, con voz enérgica va indicando a cada uno que le vayan dando sus pertenencias para acomodarlas lo mejor posible.
José Álvarez Pidal- Pepe- fue un hombre con iniciativa y visión de futuro. Solicitó y obtuvo la exclusiva de la línea de viajeros y mercancías- como ya se ha dicho, pues la mayoría de los usuarios llevan para vender en la ciudad productos de sus cosechas y pequeños animales vivos, puesto que los posibles compradores desconfiarían si dichos animales se les ofrecieran sacrificados.
Pepe, orgulloso de su actividad y de sus vehículos, era comprensivo con la impuntualidad de alguno de sus viajeros. Si se despistaban, sobre todo a la hora del regreso, retrasaba la salida, no sin dedicarles algunos improperios, pero en ningún caso partía sin ellos.
Autos Pidal para todo evento
Un viaje a Gijón en “Autos Pidal”, nunca era aburrido. Sobre el techo de su camioneta, Pepe había dispuesto unos asientos al aire libre y quienes viajaban allí arriba, junto con animales y mercancías, además del peligro de caerse de sus asientos en las curvas, tenían que esquivar en ocasiones las ramas de los arboles que crecían en las orillas de la carretera, agachándose cuando podían.
¡Y qué carreteras! La de Quintes hasta la Venta de la Esperanza, era un mal camino sin asfaltar, abundante de baches que sacudían al viajero en su asiento durante el trayecto.
Un viaje “normal” de Quintes  Gijón, duraba más o menos una hora y media. El motivo eran las detenciones en los lugares de costumbre: “Casa Lozana”, “Casa Lalo”, “Venta de la Esperanza”, fielato de Quintueles, fielato de Cabueñes, “Casa Espicha” en Somió, fielato de Somió y por fin ¡Gijón!
El bar Vigil frente  a la playa de San Lorenzo era el final del trayecto para los viajeros.
Los años cuarenta de José Álvarez Pidal
Para Pepe, allí era el principio de un recorrido por las calles vendiendo la leche que previamente había recogido en sus múltiples latas y bidones, leche adquirida a sus vecinos y revendida a los habitantes de la ciudad, bien en sus domicilios o directamente en plena vía publica, además de  en algunas pequeñas tiendas de comestibles.
De paso adquiría para las ciertas cosas que necesitaba para poner a la venta en el establecimiento que tenía en su casa de Quintes, -“Casa Pepe”- atendido por la esposa Elisa García en su ausencia, y por el mismo al regreso de sus viajes.
“Casa Pepe”, era un chigre de la época, se vendían artículos de primera necesidad, escobas, madreñes, jabón, etc. al propio tiempo se servían copas de coñac, anís, se escanciaba sidra y se vendía tabaco.
¿Que era el fielato? Pues ni más ni menos que un control de de productos, que pagaban impuestos antes de ser vendidos en la ciudad.
Pepe en el Muro de San Lorenzo
Entre Quintes y Gijón, por el trayecto que recorría Pepe había, como ya hemos reseñado nada menos que tres de esos controles.

Una anécdota. Cierto día, en el fielato de Quintueles, “Autos Pidal” se detiene, como siempre y Serafín- el fielateru- que es quien realiza la comprobación de lo que cada viajero lleva y si tiene que abonar por eso la tasa correspondiente- sube al vehículo, Serafín, como funcionario de la administración, viste uniforma gris, gorra de palto y lleva un bolso de cuero en bandolera, en el que guarda el dinero que recauda. En su mano un manojo de “tickets” que da como justificante de pago.






-Buenos días- exclama Serafín, e inicia su recorrido por el interior de la camioneta.
-Hola Serafín- le responden los viajeros; se conocen mutuamente, tanto los viajeros a él como él a los más habituales.
Va cobrando por cada distinta mercancía; veinte céntimos por gallina, veinticinco por docena de huevos, treinta por conejo, etc.
-Señora ¿Qué lleva en la goxa?
-Cuatro docenes de güevos.
En realidad lleva diez docenas, pero el “fielateru” da por buena la cantidad y no lo comprueba.
-¿Y pollos, lleva alguno?
-¡Hay, non fiu! ¡morriéronme tos de la peste!
Hay suerte de que hace rato que ha amanecido y los pollos no sienten necesidad de cantar.
Cuando el funcionario llega a la tercera fila de asientos, una señora vestida de ropaje negro y pañuelo del mismo color a la cabeza, esconde con el pie debajo de sus ropas una caja de cartón de mediano tamaño atada con cordeles.
Son viejos conocidos y Serafín se dirige a ella preguntando:
-A ver, Carmina ¿Qué lleves ahí entre les piernes?
´Home,¡ Serafín, por Dios! Con los años que tienes, ¡tovia non lo sabes?
La carcajada en el vehículo es general y Serafín sonríe.
-Bueno, ¡vayamos en serio! ¿Qué lleves ahí?
-Cuatro fabes y un poco compangu… ¡pero non ye pa vender! Ye pa la mio fia que tá csá en Xixón… ¡y el hombre gana cuatro perres! ¡Nin me fas facer pagar por ello!

Y Serafín, con una mirada de complicidad, continúa su inspección que aun duraraá un buen rato. Al regreso no es necesario parar en los fielatos, pero como los lugares de parada habitual coinciden con establecimientos de bebidas como son: “Casa Espicha”, donde se aprovecha para repostar gasolina, ya que allí hay un surtidor, “Casa Maquina”, “Casa Ciprión”, “Venta de la Esperanza”, “Casa Lalo”, y “Casa Lozana”. En algunos de estos chigres, Pepe convida a alguno de sus viajeros a un culin de sidra o un vaso de vino, que él también bebe, para acto seguido reemprender la marcha.

Nicasio el de Cristencio
Así, uno y otro día, durante años, hasta que en 1968 una enfermedad se llevó al entrañable Pepe, que en sus últimos tiempos, ya no conducía sus vehículos, dejando esta labor a su hijo José Álvarez y a Nicasio el de Cristencio, que fue chófer de la empresa durante unos cuantos años.
Pepe hijo
Aquella aventura iniciada por “Pepe el de la camioneta” con tanta ilusión y muy escasos medios, se fue consolidando a través de su hijo- también llamado Pepe, aunque popularmente conocido como Pepín. Fallecido Pepin en el año 2003, continua con el negocio su nieto Pedro Álvarez. La empresa, que en su evolución ha perdido el antiguo nombre de “AUTOS PIDAL” por el de “AUTOS MARIANO”, tiene hoy una flota de más de 60 vehículos modernos con todos los adelantos y comodidades que los tiempos actuales requieren, especializándose en el transporte de viajeros por todo el territorio español y países europeos.
Esta fue la aventura "mariñana", una de tantas que merece ser recordada.

ROBERTO RODRÍGUEZ PIDAL
Publicado por: “El libro del siglo XX en Villaviciosa” coeditado por la Asociación CUBERA y Ediciones LA OLIVA en el año 2002.