Palabras de un discípulo ante la
inminente jubilación de su mentor
Nada hay en la vida más
maravilloso que las relaciones entre las personas. El amor entre una madre o un
padre y sus hijos, la confianza entre hermanos, la entrega de güelos y güeles
por el bienestar de sus nietos; son todas ellas fuerzas motrices que articulan
la sociedad y nos hacen mejores a todos. La relación entre un maestro y su discípulo
también también forma parte de ese grupo de interacciones sociales que mejoran
a ls personas. Yo fui consciente del poder transformador de esta última cuando
comencé mi tesis doctoral en el laboratorio de Carlos Otin en Universidad de
Oviedo. Bastó la primera vez que entré a su despacho, atiborrado de carpetas
multicolor llenas de artículos científicos que Carlos estudiaba con minuciosidad
para darme cuenta de que estaba ante una persona extraordinaria.
Carlos me inculcó “la emoción por
descubrir”, algo que el había aprendido del novel asturiano Severo Ochoa, y
atreves de sus innumerables consejos y conversaciones sobre ciencia, hizo que
un estudiantes de escuela rural, que suspendía asignaturas porque nadie entendía
su caligrafía, llagase a hacer contribuciones-modestas- que intentan descifrar los
innumerables secretos de la vida y las enfermedades humanas. Carlos me enseñó a
pensar. Me ayudó a plantearme las preguntas científicas relevantes, y me
instruyó en el diseño de los experimentos que debían realizarse para darles
respuesta. No importaba la ocupación que pidiese estar, para Carlos lo primero
eran sus discípulos.
Gracias a su infatigable capacidad
de trabajo y a su compromiso de construir un mundo mejor. Carlos estableció un
grupo de investigación de prestigio internacional en los campos del cáncer y
del envejecimiento. Sus impresionantes logros científicos y su contribución a
la sociedad en general, y a Asturias en
particular, son conocidos por todos. También lo son las causas que le hacen
abandonar prematuramente su laboratorio de biología molecular del campus
ovetense del Cristo. Por tanto, quisiera que este articulo sirviese para
ensalzar algo que, aunque también es conocido por todas las personas que
tenemos la suerte de conocerlo, es en mi opinión su principal virtud; su lado
humano.
Desde sus orígenes altoaragoneses
y con parada temporal en Madrid, Carlos desembarcó en la Universidad de Oviedo
y, con Gloria de su mano, entregó su vida a formar estudiantes,
mayoritariamente asturianos, en el estudio de lo desconocido. Carlos sincronizó
su reloj biológico para que marcase con precisión los intereses de los demás, y
construyó un laboratorio de referencia partiendo de la nada. Tanto es así que
el fruto de su trabajo ha mejorado sustancialmente la vida a muchísimos pacientes
de multitud de enfermedades. Parece imposible tener una vida más plena y
proyectada en los demás. Sin embargo, cuando se encontraba en un momento álgido
de productividad, una feroz estrategia de derribo vino para borrar la que tanto
esfuerzo había costado escribir. Pero lo cierto es que ni el feroz acoso, ni el
silencio insoportable de los que tenían que haber hablado y no lo hicieron, ni
los intentos desesperados de convertir a los verdugos en víctimas, han
conseguido su propósito. No hay persona de bien en nuestro planeta que no
sienta admiración por lo que Carlos nos ha regalado.
Carlos, que es un referente ético
personal y profesional para muchos de nosotros, se marcha de la Universidad de
Oviedo cansado de esperar por lo que no llega. Como discípulo suyo, y como asturiano, no puedo ocultar mi pena. Aunque sé
que no se va del todo, pues seguirá trabajando incansablemente y ayudando a
todo el que lo necesite, todos deberíamos reflexionar sobre el hecho de que
Carlos haya optado por marcharse de la Universidad de Oviedo cuando podría haberse
quedado por más tiempo.
Carlos es maestro de biología molecular de bioquímica, de genómica funcional y de muchas otras cosas, pero, sobre todo, es maestro de humanidad. Y estoy seguro de que seguirá mejorando la vida de las personas allá donde sus pasos le lleven.
Fuente EL COMERCIO