Las parroquias maliayesas que han
incrementado su población en casi un 40% en este siglo gracias a la vecindad de
Gijón y a una oferta de “calidad de vida” rural a diez minutos del centro
Marcos Palicio - Quintes / Quintueles (Villaviciosa) |
28·01·22
Por detrás de la escuela rural de
Quintes, o más bien del edificio de ladrillo visto y grandes ventanales que
identifica a un colegio de pueblo de los de toda la vida, asoma un pabellón
granate y blanco de fábrica inequívocamente más reciente cuya sola presencia
informa de que aquí, últimamente, han pasado cosas. Dice una placa que el nuevo
aulario se inauguró a finales de 2013 y alguien apostilla un “por fin”. La
ampliación, largamente demandada, funciona como una señal visible de la
hinchazón de la población que ha disparado el censo de las parroquias
maliayesas vecinas de Gijón hasta niveles olvidados en el resto de la
declinante y deprimida Asturias agraria. En este pueblo no se cierran escuelas;
aquí se amplían, y a eso de las dos de la tarde da fe del crecimiento la
estampida de los ochenta alumnos de tres a doce años, de Quintes, Quintueles y
San Miguel de Arroes, que salen del centro, el aula más concurrida de las seis
que integran el Colegio Rural Agrupado La Marina de Villaviciosa, “uno de los
CRA más grandes de España”, presume su jefe de estudios, Fernando Muñiz.
Gracias al mapa y a las
comunicaciones las parroquias del Oeste del concejo de Villaviciosa han
encendido una luz en el desierto de la Asturias agraria en serio riesgo de
despoblamiento. Sea el Oeste de Villaviciosa o el Este de Gijón, el caso es que
en esto que está a diez minutos del centro, pero que “al final es un pueblo”,
vive cada vez más gente. Mucha más de un tiempo a esta parte, aún más desde el
susto del confinamiento pasado entre las cuatro paredes de un piso… “Se vende
todo, hasta lo no edificable”. Tamara Meana lleva en Quintes el tiempo
suficiente para haber percibido el cambio que va de los mil habitantes casi
exactos que sumaban Quintes y Quintueles en 2001 hasta los 1523 que atribuía a
las dos parroquias la actualización de 2021 del Instituto Nacional de Estadística
(INE).
Es casi un cuarenta por ciento de
crecida y se podría llegar a decir que a los 435 de la diferencia los ha traído
la autovía. La A8 pasó por aquí en 2002 y evitando las vueltas del alto del
infanzón por la vieja nacional dejó Gijón ahí mismo, a un paso corto que dio
gente encantada de vivir con las posibilidades de expansión y la “calidad de
vida” de un pueblo a la vez con “la felicidad de estar al lado de todo”,
resalta Meana.
Arancha Corrales tomó hace siete
años la decisión de mudarse a Quintes desde Gijón. Fue “por no estar en un
piso” y tener “más independencia”. “por ganar
calidad der vida”, y un tiempo después el confinamiento de 2020 reafirmó
su sensación de acierto.
No es la única. Solo en el año
que va de la actualización de 2020 a la de 2021, la suma de Quintes y
Quintueles pasó de 1377 habitantes a 1523, 146 residentes y un diez por ciento
más en este año de pandemia en el que, aquí coinciden todos, se ha disparado el
magnetismo de esta vida rural que escapa sin separarse del todo de la gran
ciudad. Incluso hay quien se ha buscado motivos para descreer del censo oficial
y se ve más gente de la que le atribuyen las estadísticas. Dionisio Novel,
presidente de la Asociación de Vecinos de Quintes, ha recalculado la población
de la parroquia tomando como base el consumo de agua de la parroquia y su
cotejo con la media nacional por habitante y año. Le sale más del doble: los
696 vecinos oficiales del último censo del INE serian 1.400 reales, lo que querría
decir que “más de la mitad de las
personas que viven aquí no se empadronan” y siguen manteniendo el vínculo,
laboral, escolar o sanitario con Gijón. Eso también lo da la cercanía.
Dionisio sabe que cuando habla
del incremento del vecindario en esta zona habla también del contacto con la
naturaleza que muchos añoraron a partir de marzo de 2020, de la certeza de que
“estando al lado de Gijón, esto es más barato que casi todo el entorno
periurbano”, pero también de la oferta de servicios y de “conciliación”. Él regenta
en el pueblo “Pequequintes”, un centro infantil que además de servicio de
guardería para menores de tres años ofrece el comedor para alumnos de la
escuela a los que sus padres no tienen tiempo de recoger a la salida del CRA.
Hoy ha venido a por Zulema, a veces se lleva a comer a quince niños….. “Una de
las palabras clave para la fijación de familias en el “mundo rural es la
conciliación”, remarca, hablando de la posibilidad de tener aquí la misma
cobertura y las mismas posibilidades que en una ciudad, recibiendo como “aire
fresco” la imagen insólita de los ochenta niños que llenan las aulas ampliadas
del CRA La Marina, donde en consonancia con el boom demográfico de su entorno
la matricula ha crecido un treinta por ciento en dos años.
El aumento “se notó mucho con la
pandemia”, apunta Fernando Muñiz mientras reclama inversiones para mejorar el
centro e identifica en el tipo de aprendizaje que proporciona la escuela rural,
y en su “atención casi individualizada”, otra de las ventajas que hacen
atractiva la vida en este punto del medio rural vecino de puerta urbano.
Dionisio Novel le acompaña en la
percepción de que en este Oeste de Villaviciosa “todo lo que se pone a la venta
se vende”, o en la sensación de que tal ver urja que el nuevo plan urbano del
concejo “salga adelante, porque se supone que se puede generar una mayor oferta
de suelo…” Aquí como en Quintueles, un observador que no hubiera vuelto desde
hace unos decenios se asombraría a la vista de las parcelas con casas y chalets
que han brotado casi por todas partes, pero su proliferación no ha alterado
gravemente el paisaje genuinamente agrario, o no al menos a golpe de
urbanización uniformizante como en otras áreas del campo asturiano.
En Quintueles hay tres chalets segundos
que no encontraban comprador hasta el covid y ahora están ocupados, pero la
pandemia solo aceleró en movimiento que llevaba unos cuantos años en marcha.
“La autopista fue la clave de todo, volcó ente pueblo”, señala Mercedes
Menéndez a las puertas de las viejas escuelas de la localidad, un inmueble
gemelo del de Quintes reconvertido aquí en edificio de esparcimiento multiusos.
Ángel Cotiello llegó hasta aquí, abandonando el piso de Gijón, poco antes que
la autovía, hace 22 años, y de la convicción de no haberse equivocado da
testimonio el “póngome de mal humor” con el que retrata algunas de sus visitas
a la ciudad, por ejemplo las que le obligan a dar vueltas para encontrar
aparcamiento.
Al centro urbano se llega desde
aquí casi en el mismo tiempo que desde algún barrio de la periferia urbana, y
en esa certeza empírica de su vida cotidiana descansa la convicción de Enrique García
respecto a los motivos que explican la inflación de la demanda de suelo que se
percibe a simple vista en el pueblo. También él ve que “mucha gente es reacia a
empadronarse”, y que las cifras reales pueden desbordar ampliamente las del
censo oficial de residentes, pero no le inquieta el riesgo de que detrás de la
hinchazón se esconda la paradoja de una merma en la vida colectiva de la
localidad, o el fantasma de la “ciudad dormitorio”. “Hay mucha vida”, dice en
Quintes Tamara Meana; hay “mucha actividad” gracias a unas asociaciones de
vecinos muy dinámicas y “mucha gente casi recién llegada que ya es como de mi
familia”, corroboran en Quintueles Ángel Cotiello y Mercedes Menéndez. El
peligro está ahí, confirmará Novel, “pero el afianzamiento de nuevas familias
en el entorno rural es siempre una buena noticia”.
A Mercedes le acaba de llegar la
fibra óptica, que por experiencia propia sabe esencial para que desde aquí
también se pueda trabajar, y resume las ventajas que han multiplicado el censo
en una pregunta categórica: 2Si puedo vivir aquí y estar en Gijón en diez
minutos ¿Para qué quiero quedarme en Gijón?
Fuente: LA NUEVA ESPAÑA
Arancha Corrales y Tamara Meana |
Zulema y Dionisio Novel |
Enrique Gracia, Mercedes Menéndez y Ángel Cotiello |
Niños saliendo del Colegio |