El escritor madrileño José Antonio Palomino Gordo, ganador del concurso y residente en Seseña- Toledo, recibió hoy el premio por “Aprendiendo” , dotado con 1000 euros y placa conmemorativa
El relato “Aprendiendo” que había sido presentado al concurso bajo el seudónimo: Siret, fue seleccionado el viernes 25 de octubre de 2019 entre más de 262 relatos nacionales e internacionales por Carolina Sarmiento, Mari Luz Collado, Jorge Villanueva, Marián García, Rafael Quirós, Rosa Valle y la Coordinadora Reyes Ugalde, de la SCR Clarín.
La presentadora del acto, Rosa Valle resumió “Aprendiendo” como un relato de fondo duro que aborda el brutal asesinato de un niño casi de forma tierna. Narrado con notable calidad técnica y pulcritud en una difícil primera persona, logra convertir el homicidio de un menor en un suceso asumible, contado originalmente por el muerto con simpatía y desde el perdón.
Reyes Ugalde, coordinadora del concurso, resaltó la labor de los seis miembros del jurado que han tenido que leerse más de 40 relatos cada uno e ir seleccionando los 12 mejores como finalistas. Una labor de lectura y rigor que implica mucha dificultad.
Carolina Sarmiento, miembro del jurado, calificó el relato como excelente, de los que animan a seguir leyendo.
En su intervención el ganador José Antonio Palomino Gordo dijo que era más actor que escritor, pero que su afición a leer le viene de muy pequeño con libros de la biblioteca de sus padres, entre los que estaba La Regenta por lo cual este premio de la Sociedad Clarín es muy especial para mí.
El autor ganó en 1996 el primer premio, en calidad de coautor, del concurso de guión para serie de TV convocado por Mediaset España. En 1999 resultó ganador del Concurso de Relatos de la Fundación AENA, y en 2018 es ganador del primer premio del XVII Premio Nacional de Relato Corto “Calicanto” de Manzanares, finalista del XLII Certamen Literario Ciudad de Martos, y mención especial, publicación y diploma en el XVII Certamen Internacional de Relatos Cortos “Filando cuentos de mujer” de Langreo.
Al certamen de Relatos Cortos 2019 se presentaron doscientos sesenta y dos relatos llegados de diferentes comunidades españolas y de países como Francia, Polonia, Argentina..... lo cual vuelve a poner de manifiesto la importancia del concurso. De hecho, el jurado calificó el fallo de «difícil», precisamente por la alta calidad y diversidad de los textos presentados.
El concurso, convocado por la Sociedad Clarín con la colaboración del Ayuntamiento de Villaviciosa, está dotado con un premio de 1000 Euros más una placa conmemorativa. El acto, presentado por la periodista Rosa Valle, contó con la presencia de Ana Cristina Tolivar, biznieta de Leopoldo Alas Clarín, Lidia Espina concejala de Cultura del ayuntamiento de Villaviciosa, Pilar Morís presidenta de la Sociedad Clarín y Reyes Ugalde como coordinadora del concurso. También asistieron al acto los concejales Mariví Díaz del PSOE, Andrés Buznego del PP, José Fernando Diaz (Pindy) de PODEMOS y unos cincuenta socios y vecinos.
El dúo "Trova poética" fue el encargado de amenizar la entrega del premio que finalizó con un vino español entre los asistentes.
QUINTES Mirador del Cantábrico
Mesa presidencial: Cristina Tolivar, Lidia Espina, Pilar Morís y Reyes UgaldeEl ganador del concurso José Antonio Palomino
Miembros del jurado: Marián García, Carolina Sarmiento y Mari Cruz Collado
Intervención de Reyes Ugalde
Intervención de Carolina Sarmiento
Intervención de José Antonio Palomino
Duo Trova Poética
Entrega del premio en metálico por parte de Pilar Morís
Entrega de placa conmemorativa por parte de Lidia Espina
El ganador con Cristina Tolivar y Lidia Espina
Mesa presidencial con el ganador del concurso y la presentadora Rosa Valle
Publico despidiendo el acto con el himno de Asturias
Foto de familia: izq, Marián García, Carolina Sarmiento, Mari Cruz Collado, Pilar Morís, Lidia Espina, Jose Antonio Palomino, Cristina Tolivar, Reyes Ugalde y Rosa Valle
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TEXTO INTEGRO DEL RELATO "APRENDIENDO"
Echo de menos mi cabeza. La perdí
en el peor momento, cuando la boina de padre ya me encajaba sin necesidad de
remiendo ni alfileres y madre me dejaba peinarme solo, y así yo ya no padecía
esos fatigosos minutos en los que tanto se quejaba entre burlas de mis rizos y tantas
carantoñas me hacía mientras me mojaba el pelo y me pasaba la peinilla; no es
que no me gustasen pero eran demasiadas, mujer más besucona no he conocido. No
es que me diera tiempo a conocer muchas, mis dos hermanas mellizas y la vecina Remedios
y mi abuela, aunque a ella solo la recuerdo muerta, pero pinta de zalamera como
su hija tenía, eso me pareció, un poco flacucha y pálida pero con cara de buena
salud. No sé de qué se murió, sería de vieja, lo único que me dijeron es que el
Señor la había llamado a su lado. Me la imaginé durante mucho tiempo sentada en
una nube de buen tiempo con el mismo vestido que llevaba en la caja pero
despierta y charlatana, hablando con el Señor de lo que nosotros hacíamos abajo,
que no era mucho y todos los días más o menos lo mismo.
Ni a fijarme bien en las tres niñas
de mi edad que había en el pueblo me dio tiempo, mucho menos a saber si también
daban besos y tenían otra gracia que los de mi madre. Que que me figuro que sí,
porque ahora yo también las veo desde arriba ya mucho más mayores y sus novios,
el Joaquín y mi hermano, parecen muy conformes después de estar con ellas en el
río o donde el alambre. La Almudena no tiene novio, no sé yo muy bien por qué,
era la más guapa y garbosa, eso decía todo el mundo; a mí me parecía tan sosa y
asustadiza como las otras dos. A ninguna podías enseñarle un ratón ni vivo ni
muerto sin escuchar gritos, y mucho menos convencerlas de saltar las vías
cuando venía el tren o tirarse desde la encina; solo la Rosita, que era
orgullosa y presumida, se atrevió una vez hacerlo y se quebró un hueso y qué
llantos. Nos castigaron una semana porque dijo que la habíamos obligado, menuda
embustera. Pero no le guardo rencor, cómo podría si ya es de la familia. Mi
hermano se lo dijo una noche a madre, que se casaba y que iba a construir un
piso más en la casa para vivir los dos y los niños que vinieran allí con ella,
y no dejarla tan sola. Las mellizas ya se habían ido del pueblo casadas con
forasteros, con quién si no, allá no quedaba otro hombre disponible que el
Joaquín y era más joven que ellas y a ninguna de las dos le gustaba, y además
ya estaba de medio novio con la Begoña.
También me llamó a su lado el
Señor, bien pronto y de qué manera, no imaginaba yo que llamaba con tanto
escándalo, a mi abuela se la veía en la caja tan entera y plácida. Nueve años
tenía, no iba a la escuela porque no había en la aldea pero madre, como a los
otros tres y luego a la Rosita ya casada con mi hermano, me enseñó a leer y
escribir, y así puedo ahora rellenar estas cuartillas que no sé cómo voy a
haceros llegar. Ya buscaré el modo, hay maneras de mandar un mensaje si uno halla
la oportunidad y la aprovecha, eso tengo visto por otros que por aquí también
andan. Yo ensayé con madre, para decirle que estaba bien y que no llorase
tanto, pero no acerté porque mira que tuvo años el luto y las lágrimas, muchísimas
más que cuando se fue padre. A él no se lo llevó el Señor sino una fresca. No
puedo deciros el nombre porque así se la mentó siempre en casa, fresca o
mujerzuela cuando madre estaba muy rabiosa, que no era muchas veces; yo creo
que tampoco le quería tanto, lo normal en cualquier marido y mujer. Pero la
dejó sola con cuatro hijos, eso al más templado le provoca arrebatos y
berrinches, yo la comprendo. La verdad es que no le duró mucho esa furia, solo
en los primeros meses, me peinaba sin muchas ganas y no me daba besos y
entonces yo sí los echaba de menos, como ahora a mi cabeza.
Nueve años sigo teniendo, yo creo
que ya para siempre, pero a ciencia cierta no sé deciros porque nunca he
entendido bien cómo funcionan las cosas por aquí, y de seguro será por no haber
ido a la escuela; a los otros los veo mucho más espabilados y capaces, se meten
en los pensamientos de sus deudos y mueven muebles y hasta desatan tormentas,
eso lo he visto yo, no sé con qué porque los ojos los tenía en la cabeza y me
la quitaron, pero veo y pienso y siento y a veces sueño. Yo no he sido capaz
todavía, ni de meterme en las cavilaciones y tristezas de madre ni de mover siquiera
un alfiler de su costurero, igual es por falta de experiencia. Y ahora me veo
en el aprieto de no saber si contar lo que me pasó, quién me cortó la cabeza y
se la llevó y dejó el resto de mi cuerpo allí tirado en el majuelo empapadito de
sangre. De esa forma tan mala me encontraron los guardias después de toda una
noche buscándome. Solo a mi hermano le dejaron verme en el cuartelillo, pobre,
menudo espectáculo, nunca ha tenido mucho espíritu, y yo creo que por eso la
Rosita lo tiene tan enamorado; por muy mayor que se haya hecho y tanto le haya
crecido todo, no entiendo yo cómo una niña puede sorberte así el seso, será por
los besos; ahora me da un poco de pena no haberlos catado.
No mientras tuve cabeza, porque
después sí me han dado muchos. Uno cada noche en el papel del único retrato que
me hicieron, en la puerta de mi casa con las mellizas y madre, mi hermano también
pero como si no estuviera porque ni siquiera se tenía en pie de pequeño que
era, lo sujetaba madre en sus brazos. Digo yo que es a mí a quien la Almudena
le da los besos antes de acostarse y echar ya en la cama esas lágrimas gordas
que le ruedan por las mejillas como siamesas. No creo que sea por el resto de
mi familia, por qué iba a llorar por ellos si nadie les cortó la cabeza por maldad
o locura o vicio. Eso le dijeron los guardias y los médicos a madre, que por
algo de eso tenía que ser, no se le corta la cabeza a un niño si uno no tiene
el corazón muy negro o muy descabalado. Menuda escandalera se armó, salió el
pueblo en la radio y los periódicos, y hasta padre se presentó en mi velatorio.
Pero madre tanto disgusto por mí tenía y tan desanimada estaba que ni ganas de sacarle
los ojos le quedaron. Y mira que dijo veces años antes, cuando le daban
aquellos arrebatos, que hasta el alma le arrancaba si volvía a verlo alguna
vez. Lo único que le arrancó fue un botón de la camisa del abrazo tan fuerte
que se dieron; hay que ver cómo lloraban los dos y qué consumido estaba padre
por la pena y el reconcomio cuando echó aquel montoncito de tierra encima de mi
caja, que era de madera buena, la había pagado el alcalde.
No fue el primer día ni el segundo
ni el tercero después de mi entierro, pasaron meses hasta que madre le
consintió volver a poner el pie en la casa, de rodillas lo vi postrarse y anda
que no renegó de la fresca. “Ay qué mala cabeza, yo no sé qué me dio”, cosas de
ese estilo decía todo el rato día tras día hasta que a madre se le ablandó el
corazón; tampoco hace falta mucho, ella lo tiene así por su propia naturaleza, benigno
y clemente. Eso le dijo la Remedios, “demasiado buena eres, niña, no te merece”;
pero es verdad que también iba teniendo ya una edad y no quería estar sola, en
eso también la comprendo. A mi hermano le está costando mucho más perdonar a
padre, todavía no le dirige la palabra. A la mujerzuela ni se la mienta en la
casa, como si nunca hubiera existido. Pero vaya que si existe, yo la miro desde
aquí arriba envejecer sola y triste, ya no está tan joven y lozana como cuando
la vi una vez en vida, entonces apenas fueron unos segundos pero la reconozco,
es la misma mujer, rubia y con ese gesto tan dulce y los ojos tan azules, como
para olvidar su cara. Padre pasó apenas un año con ella, luego riñeron porque
él no se olvidaba de su mujer y sus hijos y estaba tan arrepentido que no pasó
un día sin la tentación de volver a casa. Varias veces hizo la maleta pero con
qué cara se iba a presentar, eso le cuenta a madre y yo le creo, lo dice con
muchísimo sentimiento, dándole unos abrazos que me la va a romper. Así que dejó
a la rubia lozana y pasó varios años solo muy lejos, en no sé qué ciudad de la
costa, trabajando de albañil y mecánico y rumiando como las vacas la culpa que
tanto cuesta mascar, así se lo dice a madre, mirándola con unos ojos que hasta lástima
da, parece un ternero.
Y luego padre vio mi retrato en el
periódico, ese que ahora tiene la Almudena. Madre se lo regaló por eso, porque
tiene el corazón como una esponja, y en mi velorio la Almudena no dejaba de
llorar como si ella fuese una doliente más y a madre le dio muchísima pena. Nueve
años tenía como yo, tan niña y tan triste que ni comía ni dormía, eso le contó
su familia a madre. Y un día se presentó en su casa para darle un montón de
besos y regalarle el retrato. Y mucho no la alivió, porque todavía lloraba más
cuando se metía en la cama con él bien apretado contra su pecho; pero es verdad
que ya empezó a dormir y a comer y con los años se puso guapa, tanto que he
perdido la cuenta de los pretendientes que ha rechazado. Nunca ha dejado el
pueblo, yo pienso que por cuidar de sus padres pero que así también aprovecha
para una cosa a la que le tiene mucha afición, tejer coronas de abrótano y
arreglar ramos de lirios que va cogiendo por el monte y llevarlos por lo menos
un día a la semana al cementerio. Los besa como al retrato y los deja encima de
mi tumba mientras las dos siamesas se le escapan otra vez de los ojos, qué dos
lágrimas más lucidas y recias le salen; la verdad es que tiene los ojos
bonitos, a lo mejor hice mal no fijándome en ella cuando yo todavía tenía
labios y podía haberle dado un beso, seguro que se hubiera dejado. Yo creo que
hasta hoy, con veinticinco años, se dejaría si me hubieran dado la oportunidad
de ponerme tan alto y bien formado como ella está ahora. Me alegro de que
tampoco me viera sin la cabeza, debía dar mucha impresión. De haberme visto así,
seguro que no me llevaría lirios.
A veces pienso si no será por ella,
por sus dos siamesas, por lo que es ahora, después de tantos años de silencio,
cuando siento este aguijón de contar lo que de verdad me pasó y quién me cortó
la cabeza. Puede que haya tenido que ver el hecho cierto de no saber cómo
hacerlo, de no ser capaz todavía de meterme en los pensamientos de nadie ni de
mover cosas ni señalar gente ni lugares con rayos. Pero la verdad es que, aun
habiendo podido o sabido, me parecía más cabal no decir una palabra, ni al
Joaquín que era mi amigo ni a mis hermanos ni mucho menos a madre ni a padre;
sabe Dios lo que hubieran hecho, separarse otra vez por lo menos, eso seguro. Y
la verdad es que yo los veo muy bien juntos, hacen buena pareja; él sale al
campo y ella ordeña haciéndole carantoñas y chistes a las vacas. No pasan un
día sin pisar el cementerio, todas las tardes después de las labores me hacen
una visita, y alguna se tropiezan con la Almudena dejando el abrótano y los
lirios y se abrazan los tres, unas veces suspiran pero otras sonríen con pena
pero bueno, ya sonríen por lo menos, pobrecillos, que todos pasaron muchos años
con el gesto muy serio.
Yo quisiera que a la Almudena se le
abriese cada vez más la sonrisa y consintiese por fin a un hombre con buena
cabeza. Me daría muchísima lástima verla envejecer sola como a la fresca que se
llevó a padre, la de los ojos azules y el gesto tan dulce. Ella sí que sonreía.
Me despertó acariciándome la cara, cuando yo estaba echando mi buena siesta
mientras pastoreaba a las dos vacas como tenía encomendado por madre. Eso era
fácil porque son muy dóciles, hasta un chiquillo como yo podía hacerlo, subir
con ellas al prado y dejarlas a su aire. Muchos días me acompañaba el Joaquín
pero ese estaba castigado, alguna trastada habría hecho, no tuve tiempo de que
me contara cuál ni cuántos cintazos se había llevado. Me despertó y apenas pude
verla unos segundos; de dónde sacaría esa hacha tan grande y cómo podía una
mujer tan rubia y tan dulce tener tanta fuerza y tantísima rabia. Yo la
comprendo, debe ser muy triste hacerse ilusiones y que luego te dejen como si
tal cosa. Uno nunca sabe qué puede salirle del corazón en un arrebato, con más
razón si en vez de blanco y suave como madre lo tienes muy descabalado o muy
negro. Pero sí me gustaría preguntarle dónde enterró o escondió mi cabeza,
porque la echo mucho de menos, podría volver a ponerme la boina de padre, y a
lo mejor también acariciar los pensamientos de la Almudena o de madre y
decirles que ya no hace falta que vayan tanto al cementerio ni que me den
tantos besos, que yo estoy bien y aprendiendo.