La banda sonora de nuestras vidas
Antonio Trevín
Era un domingo invernal. Hace más
de un lustro. En la Casa Kilo de Quintes. Una cena de amigos. Compartíamos mesa
Toni Fidalgo e Irene su mujer; José Luis Vigil y la suya. Charo; Javier Martínez,
aquel día solo; Luis Gardey con Odalys. Mi esposa Luisa y yo. Acabada la cena,
con general satisfacción, sacaron guitarras y micrófonos. Antes de iniciar la actuación,
Rodri, el patrón de la casa, arropándonos como siempre, preguntó, a la única
mesa ocupada a aquellas horas en el comedor, si les importaba que cantáramos.
Contestaron que encantados. Era una pareja joven, desconocedora, por tanto de
la mayor parte de las canciones que s e interpretaron. Pero se unieron al grupo
y nos acompañaron a lo largo de toda aquella noche y su correspondiente
madrugada.
Tuvieron la extraordinaria
satisfacción de escuchar a una de las mejores voces españolas desde los años
60, protagonista de grandes gestas de la canción española. En 1972, triunfó
representando a nuestro país en la “Copa Europa de la Canción”, que se celebró
en Bélgica. Gardey formó equipo con Nino Bravo y Mónica Morales. Seleccionados
por TVE se alzaron con el primer premio Ciudad de Knokke. En la final
compitieron con un gran equipo inglés, del que formaba parte Malcolm Roberst,
gran rival entonces de Tom Jones.
La historia de José Luis García
Morís es un ejemplo de superación personal. Nació en Quintes, en el concejo de Villaviciosa
y lo de cantar le viene de lejos. De muy niño su madre le sorprendió ya
tarareando, con una pera de la luz simulando un micrófono.
Enseguida destacó por su voz
potente y bien modulada. Con dieciséis años debutó en Radio Gijón. Aquel
trampolín le sirvió para comenzar a cantar en verbenas populares. Gijón fue el
principal escenario de sus actuaciones. Deleitó a sus fans del Club de Regatas,
Somió Park, o el Hotel Miami. Acababa la actuación y a recorrer los catorce
kilómetros de vuelta a casa en bicicleta. Más de tres cuartos de hora por la
vieja nacional 632, con sus curvas y pronunciadas pendientes. Con veinte años,
queda huérfano al fallecer su madre. A su progenitor lo había perdido con
apenas diez.
En 1958, lo oye cantar Jorge Sepúlveda
y lo convence para trasladarse a Madrid. Durante cerca de dos años actúa como
vocalista en diversas orquestas. Después, en Radio Madrid, conoce a José Luis
Pecker, que lo ayuda a convertirse en toda una estrella.
Desde entonces encadena triunfo
tras triunfo. En 1963 se convierte en cantante de los Brujos en sustitución de
Tino Mora. En 1964, ya en solitario, se convierte en ídolo con “Déjala, déjala”,
por encima incluso de Raphael y Mike Ríos. En 1965, con “Ma Vie” consigue el
Disco de Oro de TVE, con el que acabó de cimentar su fama. Y ya, como figura, actúa
en el Jardín de nuestro Gijón juvenil.
A partir de ahí todos serán
triunfos. Como cantante y en su faceta, menos conocida, de compositor. En 1981
saca el LP “Devaneos”, con composiciones suyas. El título coincidía con el de
una de canciones, que enamora a Julio Iglesias. De la colaboración entre ambos surgen
dos grandes éxitos: “Ni te tengo ni te olvido”. Fortes fortuna adiuvat,
escribió Virgilio. La fortuna ayuda a los audaces. Y más si ello unes esfuerzo
y tesón.
Fuera de Asturias, Gardey, fue
siempre uno de nuestros grandes embajadores. En Madrid con su pub “Watergate”.
Y en Cuba, a donde llegó como cantante y se quedó como empresario. Pero estas,
apreciado lector, son interesantes historias que merecen ser relatadas otro día.
Asturias tiene pendiente un gran
homenaje a Luis Gardey. Y no por ser uno de mis mejores amigos, sino porque,
como diría Márius Carol, él es uno de los que compusieron la banda sonora de
nuestras vidas.
Fuente LA NUEVA ESPAÑA